Poemas a mamá: La inspiración de grandes poetas dominicanos
Grandes poetas dominicanos sucumbieron al amor que inspiran las madres y dedicaron
poemas en su honor.
En diferentes épocas y en situaciones sociales diversas lo hicieron Salomé Ureña de Henríquez, César Nicolás Penson, Gastón F. Deligne, Valentín Giró y Ramón Emilio Jiménez.
También Domingo Moreno Jiménez, Ricardo Pérez Alfonseca, Manuel Llanes, Gladio Hidalgo, Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos y Pedro Mir.
Lupo Hernández, Manuel Rueda, Freddy Gatón Arce, Antonio Fernández, Aída Cartagena Portalatín y Víctor Villegas rindieron también tributo al ser más especial de la tierra.
Entre los poemas criollos más conocidos dedicados a mamá figuran “La Casa”, de Aída Cartagena Portalatín; “A mí madre”, de Salomé Ureña de Henríquez; “Mi vieja se muere”, de Domingo Moreno Jimenes; “Remate”, de Manuel del Cabral; y “Mis dos madres muertas”, de Ramón Emilio Jiménez.
Reproducimos el de Salomé, poeta que enarboló a través de su vida y letras la idiosincrasia de la mujer y la madre dominicana.
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Todos en uno
¿Buscas más? En 2010 fue publicado “Antología poética dominicana: homenaje a las madres”, con 51 poemas de 51 escritores dominicanos. De la compilación y edición se encargó el poeta Mateo Morrison, Premio Nacional de Literatura 2010. La obra tiene 168 páginas.
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¿Buscas más? En 2010 fue publicado “Antología poética dominicana: homenaje a las madres”, con 51 poemas de 51 escritores dominicanos. De la compilación y edición se encargó el poeta Mateo Morrison, Premio Nacional de Literatura 2010. La obra tiene 168 páginas.
“A mi madre”
Aquí, a la sombra tranquila y pura
con que nos brinda grato el hogar,
oye el acento de la ternura
que en tus oídos blanda murmura
la dulce nota de mi cantar.
La voz escucha del pecho amante
que hoy te consagra su inspiración,
a ti que aun eres tierna, incesante,
de amor sublime, de fe constante,
raudal que aliento da al corazón.
Mi voz escucha: la lira un día
un canto alzarte quiso feliz,
y en el idioma de la armonía
débil el numen ¡oh, madre mía!
no hallo un acento digno de ti.
¿Cómo tu afecto cantar al mundo,
grande, infinito, cual en sí es?
Me basta si te miro,
si la dicha y el bien sueño a tu lado,
porque tu vista calma
los agudos tormentos de mi alma.
¡Ay! Que sin ti, bien mío,
mi espíritu cansado languidece
cual planta sin rocío,
y con sombras mi frente se oscurece,
y entre congoja tanta
mi corazón herido se quebranta.
Oye mi ardiente ruego,
oye las quejas de mi angustia suma,
y generoso luego
olvida que la pena que me abruma
te reveló mi acento
en horas ¡ay! de sin igual tormento.
Escúchame y perdona:
que ya mi labio enmudeciendo calla,
y el alma se abandona
con nuevo ardor a su febril batalla,
y débil mi suspiro
se pierde de las auras en el giro.
¿Cómo pintarte mi amor profundo?
Empeño inútil, sueño infecundo
que en desaliento murió después.
De entonces, madre, buscando en prenda,
con las miradas al porvenir,
voy en mi vida, voy en mi senda,
de mis amores íntima ofrenda
Que a tu cariño pueda rendir.
Yo mis cantares lancé a los vientos,
yo di a las brisas mi inspiración;
tu amor grandeza dio a mis acentos:
fine fueron tuyos mis pensamientos
en esos himnos del corazón.
Notas dispersas que en libres vuelos
y a merced fueron del huracán,
pero llevando con mis anhelos
los mil suspiros, los mil desvelos
con que a la Patria paga mi afán.
Hoy que reunirlas plugo al destino,
quiero que abrigo y amor les des:
esa es la prenda que en mi camino
al soplo arranco del torbellino,
y a colocarla vengo a tus pies.
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